Por Charly Sinewan
Hace tiempo que decidí que quería llegar en moto a Madagascar, sin saber muy bien cómo lo conseguiría. Hoy estoy en disposición de ocupar una ponencia para compartir lo que han sido tres meses en esta isla gigante, aislada del mundo por un enorme océano que la rodea. El viaje a Madagascar es un perfecto ejemplo para explicar en qué consiste una vida viajando.

 

De eso quiero hablar en la ponencia que compartiremos el próximo sábado 13 de septiembre en la carpa principal de los BMW Motorrad Days Formigal 2014, a las 18:45. Si os gusta viajar creo que disfrutaréis.

Sólo tengo cinco euros. ¡Adelante!

Sobre la carcomida madera de la cubierta del buque Armas, veinte personas comienzan a discutir violentamente, aparentemente todos con todos. La situación es tensa e incómoda, más sabiendo que en parte la he provocado yo. Uno de ellos, un malgache de espaldas inmensas y enormes brazos, se lleva la mayor parte de las críticas, pero parece salir airoso gritando más alto que los demás. Finalmente empieza a señalar a algunos de ellos: “Tú, tú y tú”. En total son siete los elegidos, el resto queda fuera y no verán nada de los cinco euros que he ofrecido para sacar la moto del barco. Minutos después la moto se encuentra aparcada frente a la oficina de aduanas del puerto de Mahajanga, en Madagascar. Hemos conseguido llegar.

Así fue como llegué a Madagascar. Atrás quedaron dos trayectos muy largos en carguero con una semana por medio esperando en Islas Comoras. Si sumamos el tiempo que invertí en buscar un barco, negociar el precio y legalizar la salida de la moto por mar desde Tanzania, estamos hablando de casi un mes. Quizá puede parecer demasiado esfuerzo para llegar a un sitio, a un país más de los tantos que pueblan el mundo. Pero por alguna razón que nunca sé explicar, mi instinto me decía que había que llegar, que el esfuerzo tendría recompensa. Tres meses después de aquella soleada tarde en el puerto, donde tuve que esperar cuatro horas más hasta legalizar la entrada de la moto en el país, sé a ciencia cierta que tanto el pesado viaje en carguero como el viaje por Madagascar, son de las mejores cosas que he hecho en mi vida.

Un viaje en moto es ante todo, un viaje. Al menos en la forma en la que yo lo entiendo y cómo me comporto con lo que me rodea cuando avanzo por el mundo. Mi querida BMW F800 GS se ha convertido en la mejor herramienta para llegar a lugares, compartir con gente, acampar en lugares recónditos o cargarla en innumerables transportes donde con otro vehículo a motor sería imposible.

Los tres meses escasos que he pasado en Madagascar son una pequeña muestra de todas esas cosas que me hacen ser adicto a viajar. Y lo son porque han tenido todos los componentes habituales en un viaje, pero además porque Madagascar es un pequeño continente en sí mismo, una isla influenciada por África y por Asia, aislada de ambos por dos mares y con una geografía diversa en la que puedes encontrar de todo: Sabana, montaña, selva, desierto, gente cercana, riesgos, curvas con asfalto perfecto, las pistas más duras, playas de cuento, animales exóticos y personajes insólitos.

Porque no sólo hablaremos de motos. Creo que hay personas en el mundo que merecen ser conocidas, que su labor es un ejemplo y un aprendizaje para todos nosotros. Durante unos minutos aparcaremos la moto y hablaremos de seres humanos.

Si cumplo los tiempos, habrá unos minutos para preguntas después de la charla. Si no da tiempo a todo, estoy a vuestra disposición durante todo el fin de semana.

Gracias de antemano por el interés. Allí nos vemos.